La primera vez para ellos

Por Malcolm, el 16/03/2016

La primera vez para ellos

Su cuerpo era el ejemplo perfecto de porqué los kilos eran imprescindibles. No necesarios, eran absolutamente esenciales para construir un cuerpo bello. No era una niña, no tenía una figura perfecta de esas como escuálidas, que muestran en los anuncios, aunque tampoco era voluptuosa en el sentido tradicional, sencillamente tenía algunos kilos de más, era una mujer normal. Pasada de largo la treintena su piel aún no tenía arrugas apreciables y aparecía tersa, suave y lozana en su pureza. Esos ligeros excesos, perfecta, adorable, sensualmente repartidos, la hacían aún más bella en su normalidad morbosa y desenfadada. Sus pechos eran magníficos, coronados por un pezón peleón, de esos que quieren destacar siempre, sobre una aureola que apenas se diferenciaba el resto de la piel del seno, en una tonalidad morena, que contrastaba muy ligeramente con la intesidad de su piel ligeramente oscurecida, que aún mantenía rastros del moreno veraniego, más notorio en las zonas que estuvieron cubiertas. Tenían los pechos esa forma perfecta que está pidiendo ser acogidos por una mano, que se cuide de ellos por una eternidad. Una cintura tórrida, de esas que quiere ser abrazada, aferrada con pasión en noches interminables de baile y sexo, para sentir las carnes plenas, la excitación que altera el relieve de la piel, que acrecienta los sentidos en zonas que podrían sorprendernos. Era una mujer estupenda, una tía buena, en el sentido estricto del término.
 
Cuando terminó de despojarse de sus ropas Karen, en su hermosa desnudez , trató de taparse con brazos y manos. John dio un par de pasos situándose ante ella y retirando el brazo que había situado sobre sus pechos, tras insistir con determinación, dejándolo caer a lo largo de su cuerpo. Un pequeño paso más para vencer la última resistencia y apartar la mano que cubría su pubis. Mantuvieron su mirada unida y su rostros se acercaron un poco más. Ambos tenía ojos marrones, avellana ella, más oscuros él. Pupilas que se dilataban expectantes ante la pasión que les embargaba hace rato. El situó su mano donde ella la había tenido previamente. Simplemente puso su mano sobre su pubis y no se movió. La respiración de Karen iba agitándose por momentos. El mantuvo su mano y aproximó su rostro un poco más. Situó su boca a escasos milímetros. Simplemente sintiendo el aliento de ella. En la mano sentía el latido de su sexo, como se calentaba por momentos, la retiraba ligeramente, aflojando, y aumentaba de nuevo la presión, tras un momento en el que Karen proyectaba sus caderas, buscando el contacto, que él devolvía sin hacerse de rogar. Realizó un último acercamiento para depositar un beso ligero con sus labios entreabiertos. Insistió en el beso llevándolo de a pocos, depositándolo aquí y allá, por el resto de su boca. En una suerte de coreografía que podría haber estado completamente planificada, su boca descansaba ora en el labio superior, luego en el inferior, ahora en un lado, luego en la comisura. Cuando los labios de ella se entreabieron tomaba el inferior entre los suyos y lo chupaba ligeramente. Paseando por toda la longitud del labio, repitiendo con el superior y luego alternando, dándole breves toques con la lengua, como anticipo del descubrimiento posterior. Mientras seguía con el juego de presionar y aflojar la mano sobre el pubis, y así poco a poco, al ir Karen separando ligeramente los muslos y dejarle espacio, iba buscando lentamente, en aquel juego de posesión, el camino del placer.

Un breve gemido anunció el contacto con la parte superior cubierta del clítoris. John aflojó la presión al tiempo que subía y bajaba ligeramente la mano, manteniendo su dedo corazón en contacto el mayor tiempo posible. El movimiento a simple vista habría resultado imperceptible, parte del juego de presión que había realizado hasta entonces, pero que piel contra piel, era amplificado por todas las terminaciones nerviosas de Karen, que apreciaba el menor movimiento, el más sútil de los roces. Sus labios permanecieron casi tocándose, apreciando la respiración del otro, mientras él continuaba el recorrido descendente, ampliando el movimiento hasta que cubrió la longitud del clítoris en toda su extensión, llegando a rozar ligeramente la parte descubierta, pero evitándola con cuidado, para mantener la excitación de ella. Para pronto empezar a explorar sus labios externos y recorrer con mucho cuidado en toda su extensión la parte más sagrada de su cuerpo. Las primeras muestras de flujo perlaban sus labios internos, que al empapar los dedos de John rompieron la tensión superficial del líquido que surgió profusamente y pronto empapó toda su mano, que recorría curiosa las partes más íntimas del cuerpo de Karen, descubriendo la entrada con sus dedos, que perezosamente, como tímidos al principio, pero decididos, tras los primeros escarceos, continuaron la exploración, por las intimidades rugosas de la vagina. Manteniendo la palma sobre el clítoris, los dos dedos centrales entraban y salían, provocando con ello un mayor flujo del líquido vaginal, que descendía por la parte interior de los muslos. Ella superó la distancia inapreciable y comenzó a besarle con decisión, para continuar mordiendo sus labios y las lenguas que se buscaban, con cierta violencia. John la dejó hacer unos segundos para separarla con decisión empujándola con una mano sobre su pecho, mientras mantenía la otra jugando con su sexo. Karen no cesaba en sus gemidos al tiempo que buscaba con una mano el apoyo de él, aferrándose al hombro, mientras se incrementaba la velocidad de sus dedos, que entraban y salían con más fuerza.

-Oh Dios.... ¡Me matas!

La mano que descansaba sobre el pecho, comenzó a masajearlo con determinación, para continuar con mayor suavidad. Amasando el pecho en su totalidad y deteniéndose por un momento en el pezón, pasando de cogerlo con cuidado entre los dedos, para presionarlo con más fuerza. Cada presión en el pezón se convertía en un latigazo de placer que recorría todo el cuerpo de Karen, como buscando la línea que conecta pezones y clítoris, hasta que las convulsiones que recorrieron el cuerpo de Karen anunciaron la proximidad del climax.

-¿Te gusta así?

-Me matas. Me vuelve loca... Sigue... no te pares.

Y él continuo, hasta que las convulsiones precedidas de sus gemidos y quejidos concluyeron en un orgasmo que atravesó todo su cuerpo, mientras ella se aferraba con fuerza al cuello de John, apoyando la cabeza en su hombro, relajándose desmadejada, manteniendo una unión íntima que pareció durar una eternidad, mientras el la sujetaba firmemente por la cintura para evitar que se cayera, con la mano aún entre sus piernas que la aferraban con fuerza, impidiendo que se alejase.

Poco a poco su respiración volvió a la normalidad y alzó la vista hacia él que la miraba entre curioso y satisfecho.

-¿Era así como esperabas que fuera la primera vez?

-No. Me había imaginado algo un poquito más tradicional. Con tu polla en mi coño.

-Te gusta hablar guarro, pero creo que dejaremos lo de puta y demás para el siguiente asalto.

Así comenzó a jugar con sus labios en un beso cálido que llenaba sus bocas con el deseo de nuevo. La saliva, sus lenguas se entremezclaban, mientras descubrían los sabores mutuos. Se besaron durante un rato hasta que Karen deslizó su mano, buscando el miembro de él, por encima de los pantalones. La erección era claramente apreciable a simple vista y el tacto descubrió un pene completamente erecto, pleno de relieves excitantes.

-Guauu, esto está a punto de caramelo.

-¿Crees?

-Sí que creo. Y me voy a encargar de comprobarlo ahora mismo... Si me dejas.

-Todo tuyo. Sírvete.

-Eres un cabrón un poquito pretencioso ¿no? Y tampoco es para tanto lo que estoy notando.

-Y tu una zorrita muy mal hablada, pero tranquila que creo no tendrás queja.

-Hmmm... Eso me gusta. Esa seguridad que tienes.

-Nadie se ha quejado hasta el momento. Así que supongo que podré darte lo que buscas.

-No puedes imaginar lo que busco. Soy multiorgásmica. Ya lo sabes.

-Pues vamos a ver de que va ¿te parece?

Y para reafirmar sus palabras introdujo de nuevo los dejos en su vagina para darle lo que tanto le había gustado.

-Entonces si crees que no es para tanto, es posible que dos dedos te sepan a poco ¿no?

-Inténtalo -afirmó ella con la voz entrecortada.- Y ahora verás lo que tengo para tí. Déjame hacer.

Dejó de acariciar el miembro sobre el pantalón, para bajar la cremallera y soltar el cinturón. Al bajar el pantalón y los calzoncillos el pene apareció buscando ansioso el placer que la mirada de Karen demandaba y pronto conseguiría.

Imagen: Petras Gagilas


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