Las apariencias engañan
Por Salado, el 12/11/2020

Como en la escena de una película, apareció a mi lado en la barra del bar. Era espectacular, demasiado guapa para ser de verdad. Me dejé seducir por su voz, dulce y vibrante. Conquistó con sus palabras mi mente, mi inteligencia mantuvo un duelo con la suya, mano a mano, copa tras copa. El mundo se paró alrededor, no había nada ni nadie más, ni falta que hacía. La atracción era mutua. Ni siquiera me planteé que fuera una profesional, me daba lo mismo. Si lo era también sería una experiencia, mi primera vez. Me propuse alargar cualquier tipo de desenlace, disfrutar de ese encuentro hasta el último segundo sin pensar en nada más.
Cuando llegó el momento de cerrar, cambiamos de escenario. Llegamos a mi casa, sabía que aquella iba a ser una noche inolvidable tal como había dicho ella, ya lo estaba siendo, pero la promesa de explorar más aún, el físico imponente de esa criatura me fascinaba y excitaba a partes iguales. Medio borracho intenté serenarme, no quería perderme ni uno de los movimientos insinuantes con los que ella se estaba empezando a quitar la ropa. Unos pechos turgentes y duros que invitaban a ser mordidos sin piedad, cintura de avispa, piel brillante y bronceada. Se giró para quitarse la última prenda que llevaba encima, un escueto tanga, que se perdía entre dos nalgas perfectas, redondas y duras como globos. Todo eso que me iba a llevar yo a la boca en menos de un minuto. Estaba a punto de explotar cuando se volvió hacia mí, para mostrarme el pequeño pero erguido pene que tenía entre las piernas.
Medio mareado por el alcohol y la impresión, fui consciente de que en el bar tal vez había pasado por alto preguntarle su nombre... Mientras avanzaba hacia mí, comprendí que sí, que la noche iba a ser inolvidable...
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