El mayor espectáculo del mundo

Por Lara Vels, el 11/08/2020

El mayor espectáculo del mundo

Era increíblemente bella, una mujer elegante, fina, como de otra época. Ladeaba suavemente la cabeza para mirar al hombre que le acompañaba, asintiendo a lo que le decía de forma tímida. Llevaba el pelo recogido en un peinado alto pero suelto, como si estuviera a punto de caerse y derramarse por sus hombros. El vestido era de un tono rosado que apenas destacaba de su blanca piel, de tirantes finos, escotado por la espalda. Unos pequeños pechos se movían de forma acompasada a su caminar, sin que nada llamara la atenció en la mujer salvo su etérea belleza... hasta que fui consciente de que llevaba las manos atadas a la espalda. Como una bella cautiva la mujer caminaba unos pasos detrás de él, que la trataba con delicadeza y casi ternura, aunque atada.

Se sentaron en su palco en la ópera, casi ocultos de las miradas del público que iba ocupando la sala, aunque yo podía verlos desde donde me situaba, en la parte más alta donde están los focos del teatro. No podía quitar mi vista de esa mujer, a la que su acompañante ayudó a sentarse, sin desatarla. Inmediatamente después de hacerlo y besarle el cuello se puso a hablar con otra pareja que se les había unido. Era extrañísimo verla sometida y a la vez tratada de forma tan exquisita. Fascinado, observé como un tirante del vestido cayó dejando uno de sus pequeños, hermosos, casi infantiles pechos al aire, sin que hiciera nada por taparlo.

Nadie en el palco pareció inmutarse. El hombre con el que había entrado se limitó a acariciarlo tomándolo en sus manos como si de una fruta se tratara. Empezaba el espectáculo y tenía que estar atento a la función, pero la escena del palco era con diferencia mucho más interesante que la representación que comenzaba en ese momento. El hombre retiró el otro tirante y lo dejó caer, descubriendo el otro pecho adornado con un piercing mientras la otra pareja, indiferente, observaba el escenario. 

Empezó la representación. Yo estaba hipnotizado absolutamente. Al cabo de un rato el hombre hizo un gesto a la mujer que se arrodilló en el suelo a su lado, con las manos atadas, el vestido medio caído y los pechos al aire, como si fuera un perro. Después se bajó la bragueta y la mujer supo enseguida qué tenía que hacer. Si ya era increíble ver algo así, ver que la pareja de al lado no le diera la mayor importancia, era sorprendente. 

Poco después la mujer volvió a recibir instrucciones, recostarse sobre uno de los sillones libres del palco. El hombre le levantó la parte baja del vestido y sin dejar de mirar al escenario, y justo cuando más fuerte sonaba la música la penetró salvajemente, haciendo que sus pechos y la silla se movieran con violencia, ante la indiferencia de sus acompañantes. Cuando acabó, acarició con ternura la espalda de la mujer y se sentó de nuevo, mientras ella permanecía en la misma postura. Antes de que acabara la función salieron del palco, ella con el vestido totalmente caído, sujeto por las caderas y las manos todavía atadas, guiada por su acompañante. Imagino que así hasta su vehículo, ya que no pude abandonar mi puesto para verlo. Aún hoy, cuando miro a ese palco dudo si fue real o solamente una ensoñación producto de mi imaginación, jamás los volví a ver.


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