La fiesta más perversa II

Por Lara Vels, el 20/04/2020

La fiesta más perversa II

Visto desde la entrada aquel lugar estaba lleno de rincones, como una especie de reservados, pero sin que quedaran totalmente ocultos a la vista de los que pasaban. Solo proporcionaban una mínima intimidad. A las tenues luces que desde el suelo iluminaban de forma débil el local, se unían unos enormes velones de tanto en tanto, que soltaban un perfume liviano y acogedor. Las instrucciones que había recibido eran precisas, tanto para llegar hasta allí, como para comenzar mi recorrido en el lugar. Debía acercarme al primer hueco que había entrando a la derecha y allí me despojaría de mi abrigo y mi bolso. Debajo no podía llevar más que mi piel desnuda y unos zapatos de tacón. En el mismo sitio me encontraría con una máscara, una nota y un rotulador con el que debía marcar en mi piel lo que pusiera en el papel. En rojo y en la pierna izquierda, tal como se me indicaba, escribí en el centro del muslo un número un uno. Una vez hecho, esperé a que llegara la hora en la que se me ordenaba seguir avanzando, las 20,15, ni un minuto antes ni uno después. Estaba desnuda, marcada y tapada con una máscara de fina puntilla. Seguramente hermosa y muy sexy, aunque yo no me pudiera ver. En aquel momento pensé que aún estaba a tiempo de salir corriendo de allí, pero mi curiosidad pudo más que mi miedo y cuando la manecilla marcaba exactamente la hora indicada, di un paso y me adentré en el local siguiendo la estela que marcaban las luces. 

Avancé tímidamente, no había más instrucciones concretas. Me irían indicando qué hacer, solo tenía que obedecer. Cuando llegara la hora de irme haría el recorrido inverso. Al salir un vehículo que me dejaría en casa. Así es que aparentando una seguridad que no tenía continué mi camino. Los velones, además del perfume a talco, muy envolvente, deslumbraban e impedían ver con claridad que ocurría alrededor, en esa especie de reservados que más que verse, se intuían. Una música casi imperceptible sonaba de fondo, aunque no conseguía esconder otros sonidos, jadeos, risitas y susurros que producían las personas que se encontraban allí. No podía ver ni cuántas eran ni qué estaban haciendo, aunque lo imaginaba.  

Sin darme cuenta se me acercó alguien por detrás y de forma dulce y suave recogió mi cabello en una coleta alta y me puso un collar al cuello. Cuando me giré, vi a un hombre también con máscara y desnudo que desandaba el camino que yo había hecho. Seguí caminando unos pasos más. Una mano femenina me agarró del brazo y me dirigió a uno de los reservados. Allí la mujer, desnuda y enmascarada, comenzó a acariciar mis mejillas y mi cuello de forma tenue, casi imperceptible, hasta ponerme la piel de gallina. Después sus manos descendieron hacia mis pechos, y comenzó a lamer mis pezones, con dulzura, dejando espacio entre lametón y lametón. El frío que eso provocaba y la propia excitación hizo que se volvieran duros como piedras, mientras la mujer volvía una y otra vez dejar su saliva caliente y resbalosa en ellos. En algún momento me ató a unas barras dejando mis pechos aún más expuestos y a mí más indefensa. Enseguida sus caricias pasaron a ser menos suaves, con lamentones más violentos, estirones y pequeños mordiscos. Sin palabras, sin preámbulos y sin pedir permiso. Yo lo tenía claro, en la invitación ponía que debía obedecer. Y yo no solo lo haría por eso. QUERÍA.

Después de unos minutos en los que mis pezones fueron un juguete en su boca me hizo un pequeño masaje en los brazos y me recondujo al pasillo de nuevo, por el que seguí avanzando, excitada, dolorida. Otra mano me condujo a otro de los reservados. Allí me hizo inclinarme y sin mediar palabra, empezó a azotarme suavemente al principio, luego con más intensidad. Mis pechos se tambaleaban con cada golpe y me escocían. El collar me apretaba el cuello cada vez que lo para aguantar el dolor. De repente paró. Me separaron las piernas desde atrás y noté que algo viscoso se deslizaba entre mis piernas. Me estaban poniendo un dilatador anal. Me levantaron y salí nuevamente al pasillo. Estaba muy excitada, y a cada paso la cola de animal del dilatador me acariciaba mis piernas por detrás. 

Seguí caminando y llegué a lo que parecía el final del pasillo, una estancia más amplia. El olor a talco y el calor me hacían ver todo como si hubiera una ligera neblina. Se apagaron algunas luces y antes de que pudiera ser consciente de nada más, unas manos me indicaron que me pusiera de nuevo a cuatro patas en una especie de cama. Tenía un tacto suave y fresco, como si fuera una sábana de seda. Me quitaron el dilatador y me indicaron que no levantara la cabeza. Lo siguiente que noté es que me penetraban por el culo salvajemente. Di un respingo, al notar el escozor dentro de mí, y solté un pequeño quejido, lo que me valió un fuerte azote en el trasero, que me dolió y excitó a partes iguales. Entendí que no debía quejarme y aguanté los brutales envites hasta que noté el semen del hombre resbalando por mi culo y mi espalda.

Se encendieron algunas luces y una voz me indicó que mirara al frente. Allí estaba Máscara Negra. Se me acercó suavemente. Lo has hecho bien querida, dijo, no lo sabes, pero has sido el regalo para una persona muy especial para mí, te he regalado y veo que lo ha pasado muy bien, tienes un culo muy acogedor, dijo su sonrisa debajo de la máscara, y el público también. Di un vistazo y vi que mientras me penetraban penetrado a mi alrededor unas cuantas personas, tal vez ocho o diez, se masturbaban o se follaban entre ellos. Tuve que ser un buen espectáculo porque mientras la Máscara Negra me hablaba seguían a lo suyo como si nada.

Máscara Negra volvió a hablarme, ahora querida date la vuelta y tumbate de nuevo. Se acercó a mí y me metió los dedos entre las piernas. Estaba mojadísima. Fantástico, fantástico, aún vas a hacer algo más por mí, por nosotros me dijo. Regalanos un orgasmo, seguro que lo estás deseando. Puedes empezar, querida. Entendí que debía masturbarme, allí en medio de toda esa gente. Me abrió aún más las piernas y comenzó a acariciarme las piernas. Comencé a tocarme mientras su mano se iba desplazando por mi cuerpo. También a mis doloridos pezones. Me apretó con fuerza uno de ellos. Recordé que no debía quejarme, aunque más que dolor me dió una punzada de placer. Seguí a lo mío, como si estuviera sola, dejándome llevar. El orgasmo se acercaba, ni siquiera fui consciente de que la mano de Máscara Negra ya no me acariciaba. No sabía si debía exteriorizar mi orgasmo o no, pero solté un pequeño gritito de placer cuando me corrí, que se mezcló con el de dolor al notar que me estaba tirando cera en los pezones. Dolor y placer a la vez... Levanté un poco la mirada para ver qué estaba pasado. Una cera de color rojizo coloreaba uno de mis pechos. Tampoco noté que dos de los hombres se masturbaban muy cerca, y que justo en ese momento, se corrían encima de mí, dejándome un nuevo rastro de semen por todo el cuerpo. 

Máscara Negra se me acercó, acarició mi cara y me dijo que lo había hecho muy bien. Me ofreció algo de beber que agradecí muchísimo y me ayudó a levantarme. La gente que estaba allí hacía un momento o se había ido o la luz la había hecho desaparecer. Con un gesto me indicó que volviera por donde había venido y como nadie me interceptó volví al lugar donde había dejado mis escasas pertenencias, y dolorida, manchada, con olor a semen y a mí misma, me puse la gabardina y salí por la puerta de entrada que estaba de nuevo abierta. Un coche me esperaba fuera. El suave traqueteo del coche y la excitación me estaban dejando adormilada. Por el camino me llevé la mano al cuello, ya no llevaba el collar y no recordaba en qué momento me lo habían quitado...

Subí a casa, bebí un poco y me di una ducha rápida. Tenía mucho sueño, así que me dormí enseguida. Al día siguiente desperté angustiada, con un terrible dolor de cabeza. Estaba desorientada, ¿qué había pasado? Me levanté a por agua, y vi un resto de la copa de vino. Eso era, demasiado alcohol me había provocado la pesadilla. Pero al volver a la habitación vi mi imagen en el espejo, allí estaba medio borroso, el número que yo misma había había escrito en mi pierna...


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