Hambre de piel I. Alma y Arturo

Por Malcolm, el 09/04/2020

Hambre de piel I. Alma y Arturo

—¡Cariño! el chisme este ¿no funciona?

El tipo que estaba en el aseo, mirándose al espejo con cara de mosqueo, era un tipo común, estatura normal y cabello oscuro, que comenzaba a escasear. Bien vestido, camisa buena y relojaco de marca. 

—Ni idea. Creo que anoche ya fallaba.

Quien respondió desde la cocina, era una mujer menos normal que estaba preparando la cena. A sus cuarenta y muchos Alma estaba buena, no se podría describir mejor con menos palabras. Rubia de bote, vestía un chandal de marca y aunque llevaba un delantal, el texto era toda una declaración: “Si quieres conejo, no seas pendejo”. Se notaba que se cuidaba mucho: pelo de pelu, uñacas, todo muy cuidado. El culito prieto no quedaba claro si era de serie o por obra de la ingeniería lenceril. Pero sí, te puedo asegurar que era suyo. No en vano empleaba un par de horas al día en el gimnasio.

Bueno todo el tiempo no, Ramiro uno de los compañeros de ejercicio, también tenía su parte de culpa. Y antes fue Manuel, que durante un tiempo la compartio con Mike, un noruego de quitar el hipo, que fueron precedidos por Naomí, una mulata aún más impresionante. Lo cierto es que desde que apareció la fulgurante menopausia, Alma se había transformado en una máquina sexual. Su muy mejor amiga Laura fue la que le aconsejó que se apuntase al gimnasio, había mucha testosterona desperdiciada, y que se diera alguna alegría. Así que los dos últimos años no dejó de alegrarse casi a diario, a menudo varias veces.

—¿No has llamado a mantenimiento? —pregunto Alberto.

—Llámales tú. O utiliza agua y jabón.

—Pero...

Alberto, evitó decir lo que pensaba. Le incomodaba sobre manera no poder desinfectarse las manos cuando volvía de trabajar. Tenía la sensación de estar sucio todo el tiempo. 

—Alma, el agua y jabón no son suficientes. Lo sabes.

—Ya. Pero es lo que hay — responde con una cierta nota de cansancio.

—¿Es una excusa para no follar hoy tampoco?

Follar, pensó ella, si algún día tuviera idea de que cojones era eso igual volvía a apetecerle hacerlo con él, de vez en cuando. Con el género tan bueno que hay por ahí, ya no podría conformarse solo con salchicha tibia dos veces en semana.

—Yo no tengo problema para que me toques si te has lavado las manos.

—Claro.

La risita de ella desde la cocina, se escuchó claramente. Era lo que pretendía, pensó Alberto, esta hija de puta no quiere follar y por eso no ha avisado al técnico.

—Pero sabes que yo no puedo hacerlo si no te has higienizado las manos.

—¿Y si te lo hago solo con la boca?

Se notaba que se estaba descojonando. Como no le interesaba, no se lo tomaba en serio.

—No tiene gracia. Ni pizca —recalcó él en tono de enfado.

A Alma esto aún la motivo más a seguir cachondeándose de su marido.

—Lo sé. Sé que es un drama de dimensiones inconmensurables que su excelencia no pueda meter los martes y los sábados —continuó Alma en el mismo tono divertido, con ese punto ácido que enervaba a Alberto—. Tenías que haber nacido en Oxford, pero naciste en San Juan de Aznalfarache, pisha.

Alberto se miraba en el espejo del baño, mientras se lavaba las manos tan meticulosamente como es capaz, piensa como cojones habían llegado a esta situación. Por qué narices aguantaba todo eso, y además le daba una vida casi de lujo, cuando era obvio que ninguno de los dos se quería. 
En esas divagaciones estaba cuando se escucho el aviso de Alma.

—¿Cenamos?

—Ahora voy. Dame un minuto.

—Venga lávatelo todo bien y de postre te la como sin manos. 


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