El putero enamorado
Por Salado, el 23/01/2019

Si lo de ser putero tuviera niveles, Arnaldo estaría todo el día en lo colorao. Tanto que fue a la mili voluntario para meter. En su pequeño pueblo de Castilla no había manera y alguien le había contado lo de los marineros, que tienen una mujer en cada puerto. En aquellos dos años en la Marina, mundo lo que se dice mundo no conoció mucho, pero se sabía de memoria los puticlubs de cada ciudad por la que pasó. Arnaldo no pensaba en otra cosa. Así que en las pocas semanas que pasó embarcado, además de salir a varias pajas diarias, descubrió cómo era jugar a papás y papás.
Se echó una novia porque se le acabó la pasta y varios chulos iban tras él. Así pasó a follar por amor. Y claro, no había color. Pero aunque era bastante guarro y lo intentó con varias mujeres a lo largo de su vida, se lo pasaba mejor follando con tías que solo se preocupaban por la pasta y no por cómo o por dónde se la metieran. A sus 45 años era un putero de primera, un experto. Toda su vida giraba alrededor de ello. Trabajó de comercial unos años, recorriéndose todos los puticlubs del Norte. Luego de camionero, haciendo sus pinitos también por los garitos de media Europa, para finalizar como taxista en Madrid, fundiéndose la recaudación diaria, tan pronto en La Casa de Campo, como en algún club decente por el Bernabéu, dependiendo de cómo hubiera ido el día.
Por eso el día que conoció a Carmela, algo cambió. Casi pudo escuchar el click que se hizo en su interior. Se subieron los dos a su taxi, de madrugada, chulo y puta. Entraron calentitos y la discusión fue subiendo de tono, hasta que el chulo le soltó una hostia a Carmela que dejó la mampara temblando. Instintivamente frenó el coche violentamente. Golpearse contra la mampara, esta vez los dos y escuchar “si vuelves a ponerle un dedo encima en mi coche, te reviento” fue todo uno. El chulo, desconcertado, se quedó mirándolo por el retrovisor. Iba a responderle, cuando Arnaldo se giró y mantuvo la mirada de una forma que el chulo entendió que pelear no le salía a cuenta. “Pues te va a pagar tu puta madre”. Abrió la puerta del taxi y se largó.
Carmela no le había quitado ojo desde el frenazo. Y cuando su mirada se cruzó con la de Arnaldo algo hizo pop. “Te duele?”, la pregunta era un poco tonta, estaba claro aquello iba a ponerse feo en un rato. “En el amor propio”, afirmó Carmela con un profundo suspiro. “No tengo pasta, no puedo pagarte la carrera, se lo ha llevado todo". “No te preocupes”, la observó en silencio. “Pues me bajo entonces. Lo siento tío”. “No te preocupes” repitió Arnaldo “son cosas que pasan”, mientras ella abría la puerta. “Sí, esto es lo que me pasa”. “¿A dónde ibas?” “A casa. Ya es hora”. “¿Vives en Aluche?”. Carmela que ya tenía una pierna fuera, se giró y se quedó mirándole dos segundos “Sí, en los Yebenes”. “¿Quieres que te lleve?” preguntó Arnaldo. “No tengo ni dinero ni ganas de follar ahora”. "Ni yo te estoy pidiendo nada”. Tras un momento volvió a cerrar la puerta. “Hoy por ti y mañana por mí, ¿vale?”. “Vale”.
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