Placer en las alturas

Por Selestina, el 06/09/2018

Placer en las alturas

Amanda era una chica que vivía en el piso más alto de su edificio de 15 niveles, amaba su penthouse, amaba caminar sola por él, acostarse en el piso, desnudarse sin prisa y caminar sin ropa con las ventanas abiertas.

Los vecinos de los edificios cercanos nunca fueron una preocupación para ella, le importaba muy poco que vieran sus tetas o su culo, de hecho… lo disfrutaba un poco.

Uno de sus principales placeres era que la follaran en el balcón de su apartamento mientras ahogaba los gemidos y pedía más.

Sentía las miradas de los hombres al pasear cerca de su edificio, y en ocasiones también de las chicas, quizás la envidiaban pero podía sentir como más de una la deseaba, deseaban comérsela toda en su balcón en una noche calurosa.

Pero un día mientras Amanda iba de un lado a otro solo en pantys y brassier sintió una mirada que la recorría, su piel se erizó y sus pezones se pusieron tan duros que casi le dolían

¿Quién me mira?

Al voltear vio como un hombre mayor que casi le doblaba la edad la miraba fijamente, era un hombre imponente, muy alto y fornido, de manos gruesas y labios carnosos.

El hombre estaba sentado en una silla en el edificio de enfrente, con las piernas cruzadas, sin camisa, en unos pantaloncitos cortos que revelaban una gran erección.

Amanda sintió como se mojaba y como sus pezones se endurecían cada vez más, sostuvo la mirada, sintió miedo del hombre, de que la mirase de esa forma y pensó en todas las veces en las que quizás la había observado desde el silencio.

Entonces el hombre se relamió y sonrió, bajó sus manos hacia su entrepierna y procedió a sacarse su duro y erecto pene, desde la distancia Amanda podía ver como estaba mojado también.

El vecino comenzó a bajar y subir la mano con la que sostenía su pene, con lentitud mientras fijaba su mirada en los pechos de Amanda, ella presa de la excitación acarició sus pechos, los masajeó, hasta que vio la mano del desconocido subir y bajar más rápido.

La pantaleta de Amanda estaba manchada ya por su humedad, pero ella seguía lento tocándose, fue entonces cuando se deshizo del brassier y pasó a pellizcar sus pequeños pero redondos senos, luego los golpeó con pequeñas palmaditas mientras lamía sus labios.

Pero se fijó que su espectador comenzó a masturbarse más lento, y esto la molestó, quería más, necesitaba más.

Decidió despojarse de su tanga, la dejó en el piso y se acercó al balcón con lentitud, en este punto el hombre había parado de masturbarse y Amanda hervía en deseo.

Con mucha paciencia acercó una silla, se sentó justo frente a él, abrió sus piernas, irguió su columna y puso dos dedos en la parte de arriba de su vagina y masajeó con la boca semiabierta, con la punta de la lengua asomándose.

Podía sentir como su cuerpo se estremecía, como debía hacerlo más y más rápido, como sus dedos se empapaban en sus fluidos, abrió los ojos con calma y vio a su vigilante masturbarse con fuerza, sin parar, con ojos casi de piedad que le pedían

“más, más, muéstrame más”

Creyó oírlo decir

“sí, sí, tócate”

En medio de jadeos

Así que se dejó ir…

Con su otra mano introdujo un dedo en su mojada vagina mientras masajeaba su clítoris con furor, en medio de la excitación introdujo un segundo dedo adentro.

Estuvo segura de escuchar la voz ronca:

“vamos niña, vamos acaba para mí”

Perdió la razón, el control de sí misma, sus dos dedos entraban y salían con locura goteando sus piernas y sentía su clítoris en llamas.

Abrió un poco los ojos para verlo, quería verlo tocándose para ella, por ella, lo hizo y pudo verlo a punto de acabar, se rió presa de un éxtasis que la envolvía.

Gimió sin parar, sin importarle lo que los vecinos pudiesen decir:

“Mírame, mírame maldito”

Sintió como el orgasmo le quemaba el cuerpo, se sintió temblar, perdió el equilibrio y le costó mucho recuperarse.

Miró con lentitud a su alrededor, no tenía ya un espectador, eran muchos, hombres y mujeres la miraban perplejos, deseosos…

Ella tan solo sonrió, lamió sus dedos, se levantó de su silla, y se la llevó.


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