El placer oculto de mi padre

Por Bichito, el 10/08/2017

El placer oculto de mi padre

La había visto en otras ocasiones en el pueblo. Era una mujer de mirada franca, sonrisa pícara y con una manera de caminar que denotaba que era una persona independiente, y también objeto de muchas envidias. Alguna vez había salido en las conversaciones en casa, y siempre me extrañó que causara una aparente indiferencia, mi padre era un hombre severo, al que no le interesaban los temas banales.

Un día de forma casual, pasé por casa de ella. Era media tarde, posiblemente venía de clase, y me recreé un poco más de lo habitual en el paseo, ya que no tenía tareas y en casa no habría nadie, mi padre estaba trabajando y mi madre en sus tareas sociales.

Supongo que me llamó la atención el aspecto resplandeciente de la casa, alegre, con un halo de brillo que desde luego no correspondía al pueblo, algo oscuro, nada abierto y un paso por detrás del mundo. De una ventana abierta salía una música tenue y un olor a canela, como a pastel recién hecho, que termino de decidirme.

Me acerqué sin hacer ruido y la ví, hermosa, con el vestido ligeramente entreabierto y el cabello alborotado. Hablaba con alguien al que no se veía, cómplice, juguetona. Me acerqué un poco más, justo en el momento en el que se levantaba la falda hasta la cintura. No llevaba bragas y mostraba un sexo ligeramente pelirrojo, del que no pude quitar la vista durante unos segundos. Hasta que lo ví: mi padre estaba desnudo bajo de ella, en el suelo, entre sus piernas, mientras ella le hablaba desde arriba. De repente, ella se agachó lentamente, regodeándose, sabiéndose dueña y señora de la situación, mientras mi padre le decía algo, excitado, expectante. Acercó sus caderas a su pecho y comenzó a mear encima de él, mientras le decía lo que supongo era alguna obscenidad y mi padre jadeaba enloquecido con una erección impresionante. 

No sé que me sorprendió más, si ver a mi padre tan excitado, el coño de ella meando con toda la naturalidad del mundo, y del que me costó apartar la mirada, o la cara de placer de él mientras le caía el chorro encima. Ni siquiera me pareció obsceno, sencillamente me había descolocado, verlo casi suplicando como un niño esa ofrenda que salía de ella como si fuera maná. ¡Mi padre! El austero, rancio y poderoso hombre de negocios, que criticaba un centímetro de más de escote, disfrutando con que le mearan encima...

No me quedé a ver más. Me fui a casa con la imagen de ese coño pelirrojo, objeto perverso y de adoración para él, mientras en el suelo, degradado, completamente entregado, él estaba feliz como jamás lo había visto. Un par de horas después apareció papá en casa, con su habitual gesto serio, preguntando qué había de cenar...

 


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