Un trío perfecto

Por Salado, el 05/09/2016

Un trío perfecto

Fascinación, esa es la palabra que define mi relación con los pechos,  siempre han sido mi objeto de deseo. Ya de niño observaba a las mujeres adultas, disfrutando de todos los tipos y tamaños: grandes, menudos, casi masculinos, inacabados, menguantes, rebosantes, apretados, libres, independientes, hay una variedad inacabable. Cualquier descuido me servía para dar un vistazo que siempre se entendía inocente a los ojos del niño que era...

En los primeros tanteos por cuerpos ajenos, fueron mi primer objetivo. Claro que sentía curiosidad por la humedad, por ese rincón prohibido donde empieza la vida y acaba la pequeña muerte, pero los pechos eran demasiado tentadores para mi. He sido un gran investigador y mi gran fortuna es tener una pareja a la que conocí joven, y haber crecido ella, sus deliciosos pechos y yo juntos.

Los suyos eran tersos, respingones, juguetones y algo inexpertos, cosa que solucionamos rápidamente con energía y entusiasmo. Con los años, siguen siendo juguetones, nada inexpertos y la tersura ha cambiado. Ahora es redondez, receptividad, aventura, conocimiento... y es mi paraíso y mi universo.

Libres, casi todo el día sin ropa, imaginad como eran nuestras jornadas, yo había encontrado los pechos de mi vida y lo único que quería es tenerlos a mano, a boca, a lo que se me ocurriera. Pura obsesión, no podía resistirme a besarlos, chuparlos, lamerlos, mordisquearlos, y ella que se volvía loca cada vez que lo hacía, no hacía más darme motivos para darle más. Para mí era un placer llegar a casa meter una mano en su escote mientras estaba leyendo, chupetear sus pezones a modo de saludo, o cuando estábamos a punto de llegar a una cita, sacarle un pecho impúdicamente a riesgo de que alguien la viera, mientras ella entre risas se recolocaba el vestido.

Recuerdo que nos gustaba jugar a arreglarnos como para salir a cenar, elegantes y guapos, ella con tacones, perfume y un collar de perlas, y yo le pedía que se quitara la blusa y el sostén. Nos sentábamos a la mesa, ella desnuda de cintura para arriba, pretendiendo naturalidad y yo veía solamente sus pechos redondos, los pezones enhiestos, al aire, acariciados de tanto en tanto por el movimiento de las perlas, la sonrisa pícara de ella. Lo siguiente era penetrarla allí mismo salvajemente, para acabar corriendome entre sus tetas.

Y las horas me he pasado succionando sus pezones como si fuera un bebé, mientras notaba la humedad aparecer entre sus piernas y mis dedos se encargaban de su placer... ¿Y atarla? cuantas veces la habré atado con un nudo que ella habría podido deshacer si hubiera querido, y me he recreado en sus pechos... primero imperceptiblemente, acariciando con ternura, casi rozando, luego subiendo la intensidad, llegando al dolor, y notando su entrega, su quiero más, su duele pero me gusta, viendo pasar así las horas muertas, sus pechos ella y yo... Un trío perfecto

 


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